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La industria del turismo, además de ser la principal fuente de empleo y riqueza de la Costa Blanca, es una de las más competitivas y cambiantes que existen. Cada año, cada temporada, las necesidades y deseos de los viajeros cambian y las empresas receptoras, desde el alojativo a la restauración, deben ser capaces de amoldarse a esos nuevos y no siempre predecibles caprichos del visitante.
Es por ello que mantenerse durante medio siglo como un referente dentro de un destino tan demandado y, por lo tanto, tan escrutado como es Altea o la Marina Baixa en su conjunto es, a todas luces, un logro digno de ser celebrado, algo que va a hacer este viernes la familia del Hotel Cap Negret de la Villa Blanca, fundado en 1975 y que hoy en día se erige no sólo como el gran referente del turismo local, sino también como un ejemplo de evolución y adaptación a ese ecosistema cambiante.
Casi como si de los doce apóstoles se tratara, la docena de impulsores del proyecto supieron, en primer lugar, ver y entender el enorme maná que, en los años 60, comenzó a asomar en la región de la mano del turismo. A finales de esa década, en 1967, la Costa Blanca se abrió al mundo con la apertura al tráfico aéreo internacional del aeropuerto de Alicante y, como se suele decir, el resto es historia.
Fueron años de dudas y de decisiones valientes, como las que tomaron aquellos doce pioneros que, no sin dificultad, erigieron un establecimiento que ahora, 50 años después, se ha especializado en el ciclismo y se ha convertido en auténtica segunda casa de no pocos equipos y corredores de primerísimo nivel internacional.
Construir el Hotel Cap Negret, recuerdan los más viejos del lugar, no fue tarea sencilla. Hubo que reunir capital, coordinar esfuerzos y hasta cruzar el Atlántico en busca de los terrenos necesarios. Pero el espíritu emprendedor y la voluntad compartida lograron lo imposible: levantar un hotel que en pocos años se convertiría en referente del turismo familiar y social de toda la comarca.
Hay cosas, eso sí, que no han cambiado con el tiempo. La hospitalidad, esa cualidad indispensable para los responsables de una empresa hotelera, siempre se entendió en el Cap Negret como algo que debía mostrarse hacia aquellos que viajan miles de kilómetros para pernoctar en sus habitaciones, pero también hacia los más cercanos, los habitantes de Altea y la Marina Baixa.
Allí, en sus salones, se celebraron (y se celebran) los momentos más felices de muchísimas familias con bodas, bautizos, cumpleaños, comuniones o, sencillamente, fiestas sin más pretensión que unir y reunir a seres queridos, algo en lo que jugó un papel fundamental su mítica discoteca, ahora ya sólo un recuerdo.
Desde aquel 1975 en la que España comenzaba a transitar del blanco y negro al color hasta ahora, el Cap Negret ha sido testigo mudo de no pocos hitos de la historia local. Allí se plantó, incluso, una falla y se celebraron los ahora denostados (los tiempos cambian para todo) concursos de belleza.
En sus pasillos y salones, entre cafés y copas, nombres míticos del árbol genealógico local (cómo olvidar al recientemente fallecido Julio Alvado, siempre dispuesto a una conversación y al relato de divertidísimas e interesantísimas anécdotas sobre aquella generación que levantó al Altea actual) pergeñaron buena parte de ideas y proyectos que hoy en día forman parte indispensable de la sociedad alteana como las fiestas de moros y cristianos o el Castell de l'Olla, parte mínima del legado del también llorado 'Barranquí'.
Como sucede en cualquier historia que merezca ser narrada, la del Cap Negret también tiene momentos menos brillantes, esos en los que la duda y los nubarrones se ciernen sobre un proyecto y de la que sólo los más sólidos son capaces de salir reforzados.
Con el cambio de siglo, aquello que había sido una historia de éxito en el turismo familiar y de ocio comenzó a languidecer y eso provocó que, poco a poco, se comenzara a plantar la semilla del cambio generacional que floreció en 2015, con una profunda metamorfosis tanto en lo físico, con una reforma integral del establecimiento, como en lo filosófico, con un giro hacia nuevos mercados y formas de turismo que, sin abandonar nunca a ese turismo familiar y de 'sol y playa' que es indisoluble al destino, ha llevado al Cap Negret a ser una auténtica Meca del ciclismo en los meses de invierno.
Ahora, 50 años después de la entrada en su recepción del primer turista que jamás durmió en sus habitaciones, el Hotel Cap Negret reunirá este viernes a varias generaciones de alteanos y a una nutridísima delegación de personalidades del turismo (y del ciclismo), encabezados por la propia consellera, Marián Cano, para celebrar ese primer medio siglo de historia y poner ya rumbo hacia los siguientes 50 años.
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